Hace días que me embarga un sentimiento; creo que es amor, pero inevitablemente, al tener la experiencia previa de amores quinceañeros, las comparaciones se hacen innegables. Cuando tenía una edad menor, el amor como tal, resultaba una aventura que removía todas mis hormonas. La sensación de ahogo, los suspiros ante el objeto del sentimiento en cuestión, las lágrimas y las alegrías pasajeras, eran pan de cada día.
En ese tiempo el apresuramiento, el apremio y la fuerza de las emociones cabalgaban a mil en relación simétrica con los latidos de mi corazón. Era, de alguna manera, un joven deseoso de nuevas sensaciones, pero a la vez temeroso ante el desconocimiento de las artes amorosas. Hoy, por otro lado, después de haber recorrido y observado numerosos senderos, la sensación es distinta.
Ya no cabalgo tan aprisa, los tiempos toman un sabor distinto, el cortejo se disfruta placidamente y, cada frase, cada gesto y cada instante; se vive con mesura.
En el hoy puedo entender que no es necesario acosar para amar, que no es necesario vestirme de príncipe para conquistar. En fin, que sólo es necesario que en la sinceridad plena sea yo; y en ese ser yo, busque más la felicidad del otro que la mía. Tal vez, como me señaló una amiga… ¡Estas maduro!, tomándote las cosas con calma, pensando más en ella que en ti; y esa, es una buena forma de volver a vivir el amor.
Ojalá mi espera de frutos y mi tranquilidad ante el sentimiento, mejores créditos a esta mágica fórmula llamada amor.
Ya no soy el de antes, no vibro como un quinceañero, no me entrego ciegamente como un púber; pero de igual modo vivo la alegría que esta energía inculca a mi cuerpo, la disfruto e intento hacerla crecer como siempre, como eternamente lo he querido.