Me cargan los cuadrados. Puede ser algo poético pero desde los planos en los que he visto la vida desde un tiempo a esta parte, veo con asombro que los lados rectos nos gobiernan, y no desde el sillón presidencial.
Somos un país acostumbrado al negro o blanco, al ser de izquierda o derecha, vivir de plaza Italia para arriba o abajo, cacique, chuncho o cruzado, ser flaite, chorizo, emo, pokemón, gótico, punk ó pelolais, ser humanista, científico o matemático. En esa definición de estratos hemos avanzado a lo largo de los últimos treinta años metidos en una globalización a la chilena que nos corrompe y nos aleja del valor humano de las cosas.
Vivimos en estereotipos que se reproducen a diario y que no dan margen para especular. Los medios, otra vez más, tienen la culpa. La reproducción del cuadradismo, una fuerza endógena que nos lleva a ser costumbristas, conservadores, poco dados al cambio, es culpa de las editoriales que no conciben, no interpretan, y no ven el mundo con la altura que se necesita hoy. Para los medios todo es peligroso. La Cisterna es alba, Peñalolén Azul; el punk no se lleva con el neonazi; el neonazi es un paria social; el pelolais y el pokemón se hacen cruces; el cacique y el chuncho no pueden compartir el mismo espacio.
Pero, en lo personal, he visto tipos de clase alta bailando cumbia villera y no por eso creen ser flaites. He encontrado discursos off the record (off the record is for pussies) de amigos de derecha (POR CIERTO, TENGO AMIGOS DE DERECHA Y NO SON FACHOS) teniendo una muy buena imagen del país gobernado por una izquierda de libre mercado hace más de una década. Con uno de mis primos, albo de corazón, podemos ver el clásico juntos sin escupirnos la cara por ser yo chuncho conquistado. Por último, mi madre duerme tranquila, siendo hija de alguien que creyó buena la dictadura, al lado de mi padre que es un concertacionista democratacristiano desde los catorce años que no celebró la muerte de Pinochet “porque la muerte jamás se puede celebrar”.
No hay justicia. Hace tiempo que no ponemos, como sociedad, al hombre al centro y seguimos teniendo a la propiedad como el bien más preciado; más preciado que la sangre incluso. Y eso es culpa del cuadradismo en el que vivimos. Los estereotipos mediales nos consumen y nos llevan a cruzar la calle ante la presencia de un grupo de muchachos vestidos como raperos, por temor infundido. No hay integración, las casas baratas se construyen en Pudahuel y arriba en la cordillera los campamentos son interpretadas como lacras humanas que solo poseen mano de obra barata, excelente para el sistema neoliberal con la frente marcada por el poseer.
La seguridad ciudadana se resume en los medios a temerle al que no habla como yo. Eso es un mal social que produce más rechazo, más ghetto, más delincuencia, más ostracismo de la sociedad. Por otro lado, se vive más seguro de una identidad construida bajo prismas equívocos y vemos a diario como el estereotipo del delincuente común, pastero, villero y que baila cumbia porque le gusta, un ser marginal para el estereotipo gobernante, sigue invadiendo las calles pese a la honradez de los pobres de mi patria que se sacan la porquería para llevar alimento a los seres que aman. Porque los pobres también aman.
Así en este mundo, por culpa de la reproducción de estereotipos cuadrados, nos estamos quedando sin justicia. Hace rato nos olvidamos del valor humanos de las cosas y de mirar al otro como un par, como un semejante cuya opinión tiene tanta validez como la mía, porque él la cree cierta. En una sociedad que ha crecido en base a consensos de todo tipo, sigo extrañando tener medios de comunicación que tengan a la mujer y al hombre por delante. Abajo el cuadradismo.